He vivido en casas con goteras. He dormido escuchando el silbido de la gota al atravesar el aire desde las honduras del techo y he sentido su impacto sobre mi sien.
Y me he hecho el muerto para hacerle ver a la gota que no me molestaba, para comprobar si de ese modo desistía de caer. Pero tal es el destino de las gotas: el de caer, como el del pobre es recibirlas con paciencia.
[ … ] Por eso, en los días de lluvia pienso en los féretros con goteras y en la paciencia de los muertos (y de las muertas, que el genérico no siempre alcanza), tan aseados y aseadas, a lo mejor con el traje con el que se casaron o con el que se divorciaron, y con los zapatos relucientes como el charol.
Juna José Millás, Esa gota cabrona
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